Santiago de Compostela es el final de los caminos que tienen como meta la tumba de Santiago el Mayor. Esta ciudad universal nació al amparo del sepulcro jaboceo, aparecido entre los años 820-30, gracias al testimonio del eremita Paio, quien tras ver unas luces que brillaban en la noche buscó la ayuda del obispo Teodomiro de Iria. El prelado se internó en el bosque Libredón y halló un cementerio en el que destacaba un mausoleo cubierto por la maleza. En el interior de este edículo sepulcral identificó la tumba del apóstol Santiago el Mayor, decapitado en Jerusalén por orden de herodes Agripa en el año 44, trasladado a Galicia y enterrado junto a sus discípulos Teodoro y Atanasio, que honraron su existencia con la misión de traer el cuerpo de su maestro desde las playas de Palestina. Las reliquias jacobeas se habrían custodiado en los confines del mundo antiguo -el finis terrae-, donde Santiago había predicado el Evangelio, según el Breviarium apostolorum y otros textos anteriores al descubrimiento.